Actualmente existe un debate sobre lo que significa ser una editorial independiente. La interrogante es: ¿independiente de quién o de qué? ¿Realmente se es enteramente independiente?
Al margen de esta discusión, el valor de las editoriales pequeñas se centra en el aporte a la diversidad textual. Alejandro Zenker, nuestro director general, en su colaboración a la revista Bibliodiversity aclara:
En el mundo editorial de la década de 1990 El escenario planteado arriba no es nada amigable y se debía, no sólo a las pinzas mediáticas combinadas con el poder, sino también a la best–sellerización de la oferta literaria. Es evidente que la existencia de editoriales independientes, pequeñas o alternativas urgía. Desde una visión artística, los proyectos editoriales independientes (es decir, aquellos que no entran en el conglomerado de los grandes consorcios editoriales) no se reducen a los enormes capitales en búsqueda de la maximización de las ganancias, sino en proyectos personales impulsados por el gusto de los libros en general. Este ímpetu creativo que funge como la materia prima es constatable incluso en nuestros días. Ediciones del Ermitaño es una muestra de lo anterior, pues guarda una estrecha relación entre la pasión cultural, creativa y personal: publicar por gusto. El valor de estos esfuerzos editoriales se centra en mostrar que la gama de la diversidad textual es mayor que la que se muestran en diversos centros librescos o planes de mercadeo. Colaboramos para enriquecer el valor literario de nuestras lenguas y reflejar una diversidad textual amplísima. Tal y como lo enuncia Laura Lecuona en el Quehacer editorial 4 cuando afirma que los editores serios “[…] buscan algo más que el éxito a toda costa. Los editores tenemos la responsabilidad de cuidar la congruencia de un catálogo y de publicar obras afines a los principios y objetivos de la editorial”. No es lo mismo ser un editor de éxito que ser un buen editor.
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